En
el romanticismo alemán, por otro lado, también nos encontramos con
la figura del vampiro, que viene representado en el famoso relato de
E.T.A. Hoffmann, que se titula Vampirismo (1819), que se incluyo en
una antología y Deja a los muertos en paz (1823) de Ernst Salomo
Raupach. Ludwig Ritter, también, tiene su propia obra, El vampiro o
La novia muerta, que está basado en la adaptación de Charles Nodier
de El vampiro de Polidori. En el año 1884, Karl Heinrich Ulrichs
escribe su obra, Manor, en la que, por primera vez, el vampirismo se
crea como una metáfora, de manera directa, de la homosexualidad
masculina, por primera vez en la literatura.
La
idea de la mujer amanta muerta se extiende, por otro lado, por los
Estados unidos, a lo largo del siglo XIX. El relato más antiguo, que
se conoce, es Berenice de Edgar Allan Poe (escrito en el año 1835).
En El Misterio de Ken (1883) Julian Hawthorne va a trasladar la
leyenda del vampiro, a las tierras de Irlanda, eso sí, asociándolo
con el mito de La Llorona, una leyenda muy conocida en México y en
la zona sur de los Estados Unidos. Francis Marion Crawford usa el
tema de la novia muerta en Italia, ya que vincula al vampiro con la
idea de una sustancia, que es maldita, sin contornos y que no se
puede apreciar. Vamos, que hay vampiros para todos los gustos y
colores, a lo largo de la literatura.
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