Los
vampiros, en la tradición búlgara presentan, dentro de las leyendas
que se conservan, una serie de características físicas, que son
propias: no poseen sombra ni huesos y no son muertos vivientes, sino
que estamos ante almas, que están luchando contra la muerte. Para
que un alma pase a ser vampiro, deben pasar nueve días tras la
muerte del huésped y otro período, que va a durar unos 40 días,
durante los que el vampiro es casi inofensivo, ya que su presencia se
reduce a turbar la tranquilidad de sus vecinos, a través de sus
gritos y temblores. Cuando este tiempo pasa, se convierte en una
criatura con mucho poder y muy mala, por lo que los familiares que
puedan sospechar, que un cadáver se va a convertir en un vampiro,
deberían contratar a una bruja o a un hechicero, para poder matarlo,
antes de que acabe convirtiéndose, completamente, y no después de
la transformación. Según dice la leyenda, se podía llegar a
engañar al espíritu y encerrarle en una botella, que después había
que incinerar.
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