Dentro
del folclore rumano, los vampiros podían ser, tanto moroi (término
que proviene de una palabra eslava, mare o mara, que se refiere a los
espíritus que eran los causantes de las “pesadillas”), como
strigoi, que se refiere, este último ha si está vivo o muerto. Los
strigoi vivos eran brujas, que podrían vivir con dos corazones o dos
almas, a ves ambos, con la capacidad de poder enviar sus almas por la
noche, para poder reunirse con otros strigoi y podían consumir la
sangre de animales y vecinos. Por otro lado, los strigoi, que estaban
muertos, eran cadáveres, que eran reanimados, que succionaban la
sangre de sus víctimas y atacaban a sus antiguos familiares. Los
strigoi se van a convertir en no muertos, tras haber muerto, pero,
también, nos encontramos que hay otras maneras por las que una
persona, normal, podría convertirse en vampiro. Por ejemplo, niños
que nacieran con el saco amniótico cubriéndoles la cabeza, un pezón
de más, cola o con una gran cantidad de pelo, en estos casos,
estaban condenados a convertirse en vampiros. Este destino,
igualmente, se va a aplicar al séptimo hijo de cualquier tipo de
familia, si todos los hermanos anteriores tenían el mismo sexo, así
como alguien nacido muy pronto o alguien cuya madre se había cruzado
con un gato negro.
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