De
una manera muy distinta, a la de sus precursores, más antiguos, el
vampiro griego moderno, que es llamado vrylolakas o, también,
katakhanades, sobre todo, en la isla de Creta, de los que van a
derivar los varcolac rumanos, eran seres que volvían de la misma
muerte, para poder vengarse de los miembros de su familia, a los que
llegaban a devorar vivos. Las creencias, que giran alrededor de los
vampiros, que poseen muchas características en común con los
vampiros más tradicionales, una idea que ha persistido a lo largo de
la historia de los griegos y llegaron a estar muy extendidos, a lo
largo de los siglos XVIII y XIX, época en la que proliferaron muchas
prácticas, tanto para poder prevenir, como para poder combatir el
vampirismo. Los fallecidos, en muchas ocasiones, eran exhumados de
sus propias tumbas, cuando ya habían pasado tres años de su muerte
y los restos eran colocados en una caja, de la mano de sus propios
familiares. A posteriori, se tenía que verter vino sobre ellos,
mientras un sacerdote de la religión ortodoxa leía unos pasajes de
las Santas Escrituras. Pero, si el cuerpo no se había llegado a
degradar, en un grado suficiente, el cadáver era considerado un
vrykolakas.
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