Durante
el siglo XVIII, nos encontramos que en Europa se produjo una
polémica, que no tenía procedentes, sobre la existencia real de los
vampiros, de la que se llegó a hacer eco el propio Padre Feijoo, en
una de las Cartas eruditas y curiosas (1742- 1760). La polémica
tenía su base en la revelación del vampiro como arquetipo, ya que
representa la otredad, el lado monstruoso de la naturaleza, el
peligro del barbarismo que nos encontramos en Europa del Este y la
amenaza de las supercherías de las personas que provenían de esta
parte del mundo, cuya influencia se estaba extendiendo por todo el
mundo, como si fuera una plaga incontrolada. En la Carta XX, el
erudito, originario de Ourense, logró desmontar las diversas teorías
expuestas por el benedictino Calmet, de manera inicial, en el año
1749 y, después, volverían a exponerse en el año 1751, en su
Tratado sobre las apariciones de los espíritus y sobre los vampiros.
Pero, aunque el Padre Feijoo llega a explorar las tensiones y las
ansiedades del discurso de la razón ilustrada y termina calificando
estos relatos de vampiros como si fueran “patrañas”, su análisis
nos va a remitir, de manera continua, a Oriente, la alineación, la
fuerza de la imaginación y la literatura, que van a ser un ejemplo,
de como se lleva a cabo el debate contra la oscuridad, en medio del
reinado de la Razón.
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