Hay
que recordar que la leyenda de la condesa Erzébet Báthory, que
según las acusaciones que recibió, secuestraba a jóvenes
doncellas, para poder bañarse en su sangre y lograr, de esta manera
tan brutal, lograr conservar su juventud y belleza y según una serie
de aportaciones, que se realizaron, de manera posterior, por un
sádico placer sexual. Las primera vampiras, que nos encontramos a lo
largo del siglo XIX, a menudo, están inspiradas en su figura,
además de que tenían un marcado comportamiento lésbico. En el
poema Christabel (1797) de Samuel Taylor Coleridge, la protagonista
se va a ver seducida por la vampira Geraldine, una preciosa hechicera
que le convence de que vaya a dormir en su alcoba. Este poema y otros
relatos, donde nos vamos a encontrar con vampiras femeninas, llega a
su culminación en Carmilla (1872) de Joseph Sheridan Le Fanu, donde
la figura de la mujer vampiro logra una naturaleza totalmente
seductora y depredadora.” A
veces, luego de un lapso de apatía, mi extraña y hermosa compañera
solía tomar mi mano y retenerla con un cariñoso apretón reiterado
una y otra vez; se ruborizaba suavemente, me miraba a la cara con
ojos lánguidos y ardientes y respiraba tan rápido que su vestido
ascendía y descendía al compás de la agitación. Se parecía a la
pasión de un enamorado; me perturbaba sobremanera; era odioso y, sin
embargo, arrollador; y con ojos empañados me estrechaba contra ella
y sus cálidos labios cubrían mis mejillas de besos. En tales
circunstancias susurraba casi sollozando:-Tú eres mía y serás mía,
y tú y yo hemos de ser una sola para siempre. ('Carmilla, Capítulo
4)”
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