Si
hablamos de la figura del vampiro, en el arte de la literatura, no
podemos olvidarnos de Carmilla (1872) de Sheridan Le Fanu, que fue
muy influyente, dentro del género, así como para poder perfilar lo
que es la imagen del vampiro gótico. Pero, sin duda, la gran obra
maestra y la obra más completa, dentro del género, es Drácula de
Bram Stoker (1897). A partir del siglo XX, las historias de vampiros
se hicieron muy populares, se fueron diversificando. Incluso, se
fueron aportando nuevos elementos, entre los cuales nos encontramos
con algunos, que son de otros géneros, como son las novelas de
suspense, ciencia ficción, fantasía y otro tipo de géneros, que
eran mucho menos habituales. No sólo nos encontramos con las
tradicionales criaturas no muertas, que eran bebedoras de sangre, el
vampirismo fue extendiéndose, hasta llegar a otros seres como son
los alienígenas o, en algunos casos, en animales. En algunas obras,
los “vampiros” de ficción se llegan a alimentar de energía
vital, que reemplaza la función de la sangre. La literatura del
vampiro hunde sus raíces en la histórica “fiebre del vampirismo”
que se vivía en Europa, durante los primeros años del siglo XVIII,
sobre todo, en el período entre 1720- 1740. En varios ámbitos, se
empiezan a circular historias bastante extrañas, sobre exhumaciones
de vampiros, ante testigos académicos y jurídicos, que buscan
confirmar, en distintos lugares de Europa Occidental, como fueron
Peter Plogojowitz y Arnold Paole, en tierras serbias, a lo largo de
los años de gobierno de la dinastía de los Habsburgo.
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