viernes, 8 de octubre de 2010

Las lamías en la mitología grecorromana y en la tradición búlgara



El famoso historiador griego Duris de Samos, consideraba que la lamia era una reina de la exótica Libia, a la que el dios Zeus llegó a amar, hija de Poseidón o de Beloyuvia. Hera, mujer de Zeus, celoso, decidió transformarla en un peligroso monstruo y dio muerte a sus hijos -pero, en otras versiones, solo mató a su descendencia, y fue esa la causa de que se volviera un monstruo-, Lamia tuvo la dura condena de que jamás podía cerrar sus ojos y, por tanto, no podía descansar y siempre estaría condenada a recordar la terrible condena de recordar la dura muerte de sus hijos. Pero, el dios Zeus decidió darle la posibilidad de poder extraerse los ojos, para que pudiera descansar y, cuando quisiera, volver a ponérselos. Lamia, cada vez que veía a una madre, sentía envidia y esto provocaba que devorara a sus hijos. Se le describía con el cuerpo de una serpiente y los pechos y la cabeza propios de una mujer. A pesar de los hecho vengativos de Hera, en algunos escritos, nos encontramos que la primera sibila era fruto de los amores entre Zeus y Lamia. El origen del nombre no se conoce con seguridad. Se piensa que podría tener algún vínculo con el adjetivo lamyros, que se traduce como “glotón” y con el sustantivo laímós, “gaznate, gañote”.
Algunos estudiosos creen que proviene de la misma familia que la palabra lerú, que trata a unos espectros (los fémures). Estos se parecen de alguna manera a las lamías. En la antigüedad tanto las madres griegas como las romanas solían asustar a sus hijos con ella, para que no hicieran travesuras. Incluso, el gran poeta del romanticismo John Keats le llegó a dedicar al personaje un poema narrativo, bastante largo, por el cual el propio libro se llama “Lamia y otros poemas”. Para escribir dicho poema se basó en la novia de Corino, una historia que encontramos en la Anatomía de la melancolía de Richard Burton, quien -por otro lado- se basó en la vida de Apolonio de Tiana de Fílóstrato. Según explicó Filóstrato, Menipo, un aprendiz bastante joven del filósofo fue seducida por una mujer misteriosa, extraña, que le abandonó, en las afueras de Corintio. La mujer le pidió que se casaran. Apolonio asistió a la boda y, fue él, quién observó con cuidado a Menipo y le declaró “tú, al que las mujeres persigues, abrazas a una serpiente, y ella a ti”. La novia de dicha joven era una lamia o una Empusa y, aunque la joven negaba dicha condición, al final, tuvo que confesar que había conquistado a Menipo para comérselo y beber su propia sangre; pues, la de la gente joven es pura y está llena de fuerza y vigor.

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