Vlad Tepes fue uno de los tres hijos de Vlad Dracul (un dato curioso es que “Dracul”, en lengua rumana, significa “El demonio”; pero, para el pueblo rumano, el símbolo del dragón, que le caracterizaba, no tenía nada que ver con el del Demonio, de la religión cristiana). Su padre formó parte de la histórica Orden del Dragón, que fue creada en el año 1428 por Segismundo de Luxemburgo -fue rey de Hungría y, a posteriori, emperador germano-. El rey de Hungría decidió otorgar tierras en la misteriosa región de Transilvania, que era controlada por el Reino de Hungría, a los señores de Valaquia, por las hazañas que habían realizado frente a las tropas otomanas y, claro está, Vlad II Dracul fue uno de los beneficiados, por sus hechos heroicos. Vlad era príncipe de Valaquia -en la actualidad, si queremos conocer la tierra de Drácula, tendremos que ir a dos regiones muy diferentes, a la zona de Montenia, que está al este del río Olt; y, al oeste, nos encontramos con la región de Olteria, aunque han estado unidos, a nivel político, son completamente diferentes. Para poder entender su función como príncipe, su carácter como líder, hay que señalar su infancia, llena de traumas. Un ejemplo es que, en el año 1449, con tan sólo 13 años, fue entregado como rehén al bando turco, junto con su propio hermano Radu, como muestra de sumisión hacia el sultán, por parte de su padre. Llegó a ser criado por Muat II, el padre del sultán, y recorrió ciudades de gran importancia histórica como son Adrianópolis, Enad, Ninfanón y Egrirajson. De esta manera, se buscaba que el padre de Vlad se lo pensara dos veces, antes de traicionar al bando turco.
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