En 1447, Vlad Tepes vivió uno de los momentos más duros de su vid. Volvió a su tierra, tras muchos años de exilio involuntario, y descubrió que su padre, Vlad Dracul, había sido apaleado e, incluso, su hermano Mircea le había quemado los ojos, con la ayuda de un hierro candente y, después, lo enterró, estando todavía vivo. Todas estas acciones fueron realizadas bajo las órdenes del conde Juan Hunyadi, que había sido un gran aliado de Vlad II y, también, por los boyardos – o sea, por la aristocracia local de su tierra- a los que Vlad odió toda su vida y juró venganza, de manera eterna. Logró el apoyo de las tropas turcas y consiguió convertirse en rey de Valaquia (incluso, durante unos meses, llegó a ser Príncipe de Transilvania). En 1448, sube al trono, pero, unos meses más tarde fue expulsado por las tropas húngaras, tras las órdenes de Juan Hunyadi. Desde ese momento, Vlad Tepes viajó por distintos lugares de Valaquia, algunos muy alejados y complicados, para conseguir apoyos y lograr llegar al trono. También, aprendió distintas tácticas, tanto militares como políticas, a lo largo de sus viajes. Llegó a la corte de Juan Hunyadi, que se sorprendió de su gran conocimiento sobre la cultura turca y el odio que tenía hacia el sultán turco Mehmed II, por eso, le perdonó y decidió que fuera su consejero. De forma eventual, llegó a ser candidato húngaro al reinado de Valaquia. Una vida triste y dura, sin duda.
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